Krissia – El Salvador
Andrea – Bolivia
Andrea nació en Bolivia. Con 9 años fue diagnosticada de una enfermedad degenerativa, que la llevó a una operación que marcó un antes y un después en su vida: convertirse en usuaria de silla de ruedas.
Fué así como experimentó en carne propia las barreras y obstáculos que diariamente deben enfrentar las personas con discapacidad, especialmente las niñas y mujeres.
Sin embargo, eso no fue un freno para Andrea, sino más bien el impulso para convertirse en activista y para proponer y tomar acción por los derechos de las personas con discapacidad. «Los niños, niñas y adolescentes con discapacidades tienen que dejar de ser víctimas y convertirse en protagonistas”, declara. En 2015 fue elegida como Concejala municipal en la ciudad de La Paz en Bolivia, cargo desde el que trabaja cada día para promover la inclusión de las personas con discapacidad.
La de Andrea es una historia de superación y ejemplo para millones de niñas a las que queremos mandar un mensaje: 📢 ¡No dejes que nadie te diga hasta dónde puedes llegar!
Bety – Nicaragua
Su vida era muy diferente en los años 80, tiempos en los que el país vivía la efervescencia de una revolución mezclada con sueños de libertad y de restitución de derechos en especial de la educación. Fue así como Betty se integró a aprender sus primeras letras junto a adultos, en el proyecto Cruzada Nacional de Alfabetización, un esfuerzo del gobierno para reducir las altas tasas de analfabetismo que alcanzaba el 50% del total de la población en esa época.
Betty expresa que siempre soñaba con algún día ser maestra o enfermera, pero consciente de sus limitaciones al proceder de una familia muy pobre, pensaba ese sueño como un imposible, recuerda que ayudaba a su mamá en las tareas de la casa, con ventas en la calle o en el campo al lado su abuelo.
A los 13 años, en 1987, luego de la experiencia de la cruzada, se integra esta vez como voluntaria para alfabetizar y dar educación a adultos. Ella asumió el riesgo, a pesar de la situación de guerra vivía el país, pues estaban en pleno conflicto armado. Afortunadamente, llego la paz al país en 1990, aunque se casara en a los 17 años, ella pudo continuar con su secundaria hasta completar su bachillerato.
La maestra cuenta que le gustaba el trabajo social y comunitario, se enroló como voluntaria de salud, luego con el Ministerio de Salud como brigadista. Asimismo, en esa época trabajó para Educo a través de capacitaciones con padres en temas relacionadas al reforzamiento educativo.
Al finalizar los programas sociales en los que participaba, y enfrentándose a una situación difícil en su relación de pareja y sin trabajo, es entonces, cuando buscó apoyo para de una ONG cristiana, quienes le proponen fundar una nueva escuela en un lugar remoto de Jinotega en donde había muchos niños fuera del sistema escolar. La escuela se abrió con su coordinación, hoy en día es la escuelita de la comunidad “El Níspero”.
Aunque ejercía como maestra en la escuela fundada por ella, Betty nunca se conformó y es a partir del 2009 consigue pagar sus estudios universitarios los sábados, graduándose de licenciada en pedagogía en la Universidad de Jinotega. Es entonces, en el año 2014 que el Ministerio de Educación le da la plaza como docente y su sueño por fin es una realidad.
Hace dos años Betty se traslada a trabajar en la escuela “Rubén Darío”, donde nuevamente tiene contacto con Educo, capacitándose en temas diversos, como derechos de la niñez, protección y educación, género y gestión de riesgos. así mismo nos relata que ha sido capacitada en temas relacionados a la gestión integral del riesgo.
“Nosotras las mujeres si nos caemos debemos de levantarnos siempre, y luchar por lo que queremos, si queremos lograr algo tenemos que proponérnoslo; con dificultades o con problemas si luchamos por lo que queremos lo vamos a lograr” menciona la maestra Betty.
Felicia – Guatemala
“Mi infancia la recuerdo con mucha alegría, tuve padres que me apoyaron en todo momento durante mi formación. Creyeron en mi capacidad para ser alguien en la vida. No siempre fue fácil pues desafortunadamente vivimos en una sociedad sumamente machista. Muchas niñas no pueden estudiar pues se considera un desperdicio de tiempo y dinero porque al final del día son los varones los que se encargan de llevar el pan a la mesa. No obstante siempre perseveré, a pesar de tener que caminar 3 kilómetros a pie para llegar al centro del pueblo y tomar un bus para ir a otro municipio para poder estudiar”.
“Gracias a mi experiencia en la escuela y viendo la realidad de muchas otras niñas de mi edad, decidí que la pedagogía sería mi vocación. Logré titularme de maestra, posteriormente como catedrática universitaria y llevo 25 años ejerciendo esta profesión, y desde hace 3 años me desempeño como directora académica de la Universidad Rafael Landívar, en el campus de Quiché”.
“Creo en la búsqueda de equidad, y en que todas tenemos la capacidad de trascender a los roles que la sociedad nos impone. Invito a todas las niñas y señoritas a que se atrevan a soñar, y que luchen por lo que se merecen. Debemos aceptar retos, porque no es fácil, lidiar con las críticas de una sociedad excluyente y machista, pero no debemos dejarnos vencer porque las mujeres somos capaces”.
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